por la amarga ilusión con que la infancia
su soledad protege en las mañanas.
El niño rompe espejos luminosos
tras las perdidas ansias de su sueño.
Viaja el guijarro veloz, arisco,
desde un futuro cielo huyendo
a la profunda y fresca oscuridad con que,
las aguas, desoladas, salpicándose a gritos,
reciben el cadáver de la luna.

La ciudad sin sus espejos ondulados
desconoce su imagen y el mañana.