martes, 4 de diciembre de 2007

Sin reflexión


Llegó diciendo que no tenía sentido resistir la soledad. Una mano se posó en la suya, la apretó con fuerza hasta casi hacerle daño. Otra mano rodeó su nuca y le obligó a inclinar la cabeza. Así, unos labios se acercaron a su oreja y una voz susurró: “Hola, soy tu presente” Y sin más tomó posesión de cada uno de sus poros y comenzó a caminar, a suspirar, a lamentar, a disfrutar y a vivir con él sin abandonarle un solo instante.


Un hombre que observa la lejanía del horizonte ha pronunciado esas palabras. Una brisa suave de aire ha descubierto la superficie velluda de su amplio pecho. Su camisa oscura y sucia flota un breve instante con la brisa y, ahora, un ahora tras la brisa, la lejanía del horizonte no es tan lejana. La tierra parece empequeñecerse ante sus ojos. Él no avanza, es el horizonte quien se siente atraído por el velludo amplio pecho del hombre. Un hombre sin tiempo no puede avanzar, ni retroceder, ni irse, ni quedarse, ni reflexionar, ni cambiar la mueca de su rostro; pero, sin embargo, saltando por encima de todas las normas previstas, nuestro héroe sonríe y con gesto decidido comienza a caminar con la clara intención de sumergirse en el mar. Aunque la visión amplísima, intermedia o escueta que muestra el horizonte no alberga una sola gota de agua salada. Tampoco el agua dulce -¿por qué dulce?- da señales de vida en ese instante en ese territorio.
¡Pobre hija!
Exhala la voz del inexpresivo hombre de vello en pecho que ignora su mirada sobre el horizonte.
La mujer, la niña, la criatura, la anciana no tiene una edad a la que referirse, pero esta ahí, cerrando la puerta de su casa o abriéndola.